EL MISIONERO GRINGO QUE PELEA CONTRA LOS PEDóFILOS EN MEDELLíN: 'ELLA TENíA 7 AñOS Y LA ABUSó TODOS LOS DíAS'

Bocas

El misionero gringo que pelea contra los pedófilos en Medellín: 'ella tenía 7 años y la abusó todos los días'

Tyler Schwab nació en Wyoming, es mormón y su ONG es un referente en Medellín.

Sebastián Carvajal Bolívar

Tyler Schwab dirige una ONG que trabaja con víctimas de explotación sexual en Medellín. Es estadounidense, pero no se guarda ningún insulto contra los ‘gringos’ que llegan en busca del mal llamado ‘turismo sexual’. Esta es la historia de un misionero mormón de Wyoming que tras una temporada predicando en República Dominicana decidió que era hora de pasar a la acción. Esta es su entrevista con la Revista BOCAS.

Tyler Schwab llegó a Medellín por primera vez en el 2019, cuando trabajaba para la Operation Underground Railroad, la ONG fundada por Tim Ballard, el exagente del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos que inspiró la polémica película Sonidos de libertad. La embajada americana en Colombia le había pedido a Schwab atender a una víctima de Víctor Galarza, un pederasta estadounidense (hoy condenado en una cárcel en Connecticut), que vendía en la red el material pornográfico infantil que grababa en Medellín y que fue el objetivo principal de una investigación trasnacional. En ese momento, Schwab ya tenía su propia fundación, Libertas International. Llevaba siete años de trabajo con víctimas de trata de personas y explotación sexual en Costa Rica, Guatemala, Perú y República Dominicana. Era y es su misión en la vida. Pero todo arrancó cuando le pagó a un proxeneta 35 dólares. Schwab tiene 33 años. Nació en Afton, una pequeña población de 2.300 habitantes al suroeste de Wyoming (Estados Unidos). Es el mayor de cuatro hermanos de una familia mormona con ascendencia alemana dedicada al negocio de las funerarias y la elaboración de ataúdes. Cuando cumplió 19 años, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días lo envió a una misión a República Dominicana en un pueblo de frontera con Haití. Su trabajo era recorrer casa por casa, vestido con camisa blanca, pantalón negro y corbata de colores, y predicar la palabra de Dios. Era flaco y no conocía más allá de los límites de su pueblo. Sus ojos azules y su pelo rubio contrastaban con la población caribeña, pero se hizo querer, aprendió a hablar español y conoció los primeros casos de maltrato infantil y trata de personas.

Unos años más tarde, una charla sobre explotación sexual que recibió en la universidad marcó su destino. En ese momento tomó la decisión de vender todas sus pertenencias para regresar al Caribe. Reunió 1.000 dólares, estuvo dos semanas en República Dominicana y le dio 35 dólares a un proxeneta para poder hablar por 45 minutos con una niña de 13 años y, con sus palabras, comenzar a entender todas las ramas del delito. Retornó a los Estados Unidos, creó la fundación y dio sus primeros pasos tratando de convencer a gente rica de que donaran dinero a su causa. Por varios años mezcló sus labores en la ONG con trabajos aburridos –como hacer féretros en la funeraria de su familia– que le permitieran financiar sus labores. Su llegada a Medellín hizo que redoblara sus esfuerzos y solo el año pasado la fundación recibió 300.000 dólares; este año espera ampliar su espectro por toda América Latina con medio millón. Desde el 2019, la ONG ha atendido a más de 200 víctimas de explotación sexual y actualmente trabaja con 87 niñas, adolescentes y mujeres del Valle de Aburrá, a quienes llama “hermanitas”. Su ruta de atención incluye acompañamiento en los tribunales para ir en busca de justicia y salir adelante a través del estudio y el trabajo. Sus esfuerzos han dado resultados: 13 extranjeros han sido capturados y otros 20 se encuentran en investigación por parte de las autoridades. Schwab contesta la videollamada desde un pequeño y modesto apartamento en Salt Lake City, Utah, donde vive desde hace algún tiempo por la facilidad de tomar vuelos a Colombia. En su vida personal, es amante de la nieve y disfruta escalar las montañas de Wyoming, le encanta el fútbol americano –es fan de los Green Bay Packers de Wisconsin– y la cultura de su país, pero siente vergüenza por los estadounidenses que llegan a Colombia a explotar niñas y adolescentes. No ahorra para ellos todo tipo de insultos en español, “son unos hijos de puta”, que pronuncia con un llamativo acento paisa.

¿Cómo llegó a Medellín?

Me hicieron una llamada para ir. Había estado con OUR en Bogotá y Cartagena, pero en Medellín no había estado antes y el caso estaba feo. Me hablaron de Víctor Galarza, un tipo de Nueva York que abusaba a las niñas, las grababa y las publicaba en PornHub. Me llamaron de la HSI para atender a una víctima. Fui a verme con ella y mirar cómo la podía ayudar. Ahí me cambió la vida otra vez. Colombia, creo, es el mejor país del mundo, pero el delito también es muy fuerte. En ese momento me dio rabia ver cómo los gringos estaban explotando a las niñas de Medellín y decidí que mi misión era trabajar allí.

¿Qué tal fue su experiencia en OUR, la ONG de Tim Ballard, que hoy está acusado de abuso?

Me contrataron y empecé a trabajar en algo que me gustaba, también pude seguir creciendo con Libertas. Fue muy buena la experiencia, conocí mucha gente y viajé por el mundo. Es algo muy triste lo que está pasando con este señor (Ballard). En esa época me tocó visitar unos 25 países.

El caso ‘rompiendo cadenas’ fue uno de los primeros operativos grandes en la ciudad contra la explotación sexual por parte de extranjeros...

Sí, así lo llamaban en Medellín; estaban trabajando contra proxenetas colombianos, pero en los teléfonos de ellos había muchos números norteamericanos. En ese tiempo estaba fuera de la investigación, hasta que encontraron a esta niña en específico.

¿Qué pasó después?

Muchos gringos, muchas víctimas y muchos casos. Cuando trabajaba en OUR siempre hablaban de que había un nexo americano con la explotación sexual, pero yo no lo encontré en muchos casos. Cuando Libertas empezó a trabajar en Medellín, conocimos a esta niña y ella tenía amigas que también fueron victimizadas por más de un extranjero. Luego encontraron sus teléfonos y hallaron más videos de las víctimas. Ahí empezamos a tener la reputación de ser la ONG que apoya a las niñas víctimas de extranjeros. Empezamos con una, después de dos meses teníamos cinco, después de un año ya teníamos 12 y después de dos años ya teníamos 30.

Usted creció en el condado de Lincoln, en el suroeste de Wyoming, ¿cómo es crecer en un lugar donde solo hay dos habitantes por kilómetro cuadrado?

Es muy tranquilo y seguro, uno aprende a vivir con lo que tiene. Donde crecí no hay muchos eventos como baloncesto, fútbol americano o cines, así que tocaba inventar cosas para disfrutar con los amigos, pero no siempre salía bien. Nosotros crecimos cuando salió YouTube y teníamos ganas de ser virales. Una vez hicimos un plan en el que le echamos gasolina a un amigo, le tiramos una flecha prendida con fuego y lo grabamos mientras se tiraba a un lago, lo llevaron al hospital, llamaron a la policía y mi amigo terminó bastante quemado. Todo salió mal.

Usted pertenece a Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. ¿Cómo se vio influenciada su crianza con la religión?

Hay mucha cercanía con la familia, porque creen que es el punto focal de la vida, que uno trabaja para conseguir una familia y que con ellos es con quienes vas a estar por toda la eternidad. La iglesia mormona es estricta, y eso me influenció para bien. Tenemos nuestros propios misioneros; no es una obligación, pero los hombres de 19 a 21 años deberían servir en una misión y toda mi familia lo hacía.

Y usted se fue para República Dominicana…

La iglesia tiene su forma de llamar a los misioneros. Los líderes toman los nombres de las personas que aplican, oran sobre dónde deberían estar y a cada uno le toca un lugar diferente. No sé por qué me tocó allá. Yo no sabía dónde estaba República Dominicana cuando llegó la carta de la misión. Nunca había escuchado de ese lugar; como Wyoming es tan pequeño, yo pensaba que en el mundo solo estaban Europa, México y los Estados Unidos. Pensé que era un país en África y lo busqué en Google. Ahí me salieron las playas más hermosas del mundo. Yo estaba feliz, pero la misión no me tocó así. Estuve en la frontera con Haití.

Hay una anécdota suya un 6 de enero, el día de los Reyes Magos, que marcó su primer acercamiento con el maltrato infantil. ¿Qué fue lo que pasó?

Hay dos experiencias que marcaron el día de los Reyes. En la primera, llegamos a una casa y supimos que no íbamos a durar mucho allí porque el papá estaba superborracho, la mamá estaba cocinando y la niña, que estaba vestida como esclava, limpiaba el piso. Antes de salir, la mamá llamó a la niña para que le llevara la comida al papá, ella tomó el plato, pero el piso estaba mojado, se cayó y botó toda la comida. El papá, de la rabia, tomó un látigo, la agarró del cabello y le pegó en la cabeza. Nosotros nos metimos, los separamos y el tipo se desmayó en el piso. La situación estaba tensa porque la mamá sentía vergüenza y la niña estaba llorando y botaba sangre. La mujer estaba preocupada porque era la única comida que tenían. Nosotros no teníamos mucha plata, pero los invitamos a comprar algo. Afuera todos los niños estaban jugando con sus regalos, pero la niña que estaba con nosotros no. La dueña de la tienda sabía que algo raro estaba pasando, entonces tomó una muñeca y se la dio. La niña estaba feliz, ni siquiera se despidió, se fue a jugar con los amigos. Eso me impactó mucho, porque en ese momento pudo ser una niña normal.

¿Cuál fue la segunda experiencia?

En la noche pasó algo que me impactó. Estaba caminando a mi casa y vi un bar donde había muchos europeos como de 70 años, unos viejitos asquerosos, que estaban con jovencitas de 14 o 15 años bailando y tomando. No entendía lo que estaba pensando y yo les eché la culpa a las niñas. “¿Qué hacen con esos europeos?”, “Están buscando plata, deberían estar en la casa”. Un año después, en la universidad, hubo un discurso sobre la trata de personas y la explotación sexual. Esa persona hablaba de cómo en República Dominicana explotaban a las niñas en estos barrios con los extranjeros. Ahí recordé ese día y pensé que esas niñas a las que les eché la culpa, en realidad, no la tenían. Sentí una vergüenza horrible.

Regresó a Estados Unidos para estudiar administración en salud pública....

Sí, así es, pero es un certificado que no estoy usando.

Dicen que vendió sus libros de estudio y otras pertenencias para empezar su proyecto de crear una fundación...

Ser joven es un castigo de la pobreza; uno quiere hacer muchas cosas, pero no cuenta con los certificados y las conexiones. Después del discurso me dio rabia y no sabía qué hacer, además faltaba plata. Miré lo que tenía algo de valor y que costara más de 50 dólares. Ahí vendí una cama, los libros y mi Play Station para financiar un viaje a República Dominicana para investigar el delito. Quería saber cómo esas niñas terminaban con los europeos. Reuní 1.000 dólares, compré un vuelo horrible, pero tenía algo de plata para comer, quedar con amigos e investigar.

Y va a un prostíbulo y paga por hablar con una niña...

Al principio tenía mucho miedo de entrar. Cogí un poco de valor y lo que vi ahí fue una cosa horrible. En esa época era más flaquito y menos intimidante, no era tan grande como soy ahora. Ingresé, encontré al dueño del lugar y le pregunté dónde estaba la mujer más joven. Él señaló una mesa donde estaba una niña de unos 13 o 14 años. Le dije que quería un tiempo con ella, pero no para tener sexo, sino para hablar. El tipo me miró como si estuviera loco y se enojó conmigo, me dijo que era policía, que me iba a matar y que me fuera para otro lugar. Yo le pregunté que cuánto costaba la niña por hora, él me dijo que 25 dólares y yo le respondí que le daba 35 dólares por 45 minutos para sentarme con ella. En ese momento cambió todo. Ahí me di cuenta cómo la plata mueve este delito.

¿De qué hablaron?

La niña estaba asustada, temblando. Le dije que no le iba a hacer nada, que estaba ahí para hablar y que me interesaba saber cómo llegó a estar en ese lugar. Cuando le dije que no quería tener ninguna relación con ella, se puso tranquila. Ella me contó que vivía en una comunidad muy sencilla y católica de Santo Domingo. Un día una señora, proxeneta del prostíbulo, le dijo a la familia que querían una niña muy buena y linda para trabajar con ella. La familia pensó que era una bendición de Dios y la niña creyó que iba a ser mesera, pero cuando llegó le quitaron los papeles y la amenazaron con ir por su hermanita de 8 años. Al momento de irme sentí mucha tristeza, porque fue la primera víctima de trata que conocí. Al día siguiente regresé, pregunté por ella y ya no estaba.

¿Qué pasó después de ese viaje y cómo empezó su trabajo contra la explotación sexual?

Yo quería esperar a los 25 años para ganar buena plata y buen billete para hacer algo, pero como había personas que estaban cometiendo el delito en ese momento y niñas en los prostíbulos, no podía esperar más. Cuando llegué a casa hablé con un abogado para registrar la fundación, mirar qué hacer y seguir aprendiendo. Empecé en República Dominicana para intentar apoyar en algo. Tenía que trabajar mucho para financiar Libertas.

Desde que llegó a Colombia ha tenido un amplio recorrido trabajando con las autoridades locales, ¿cómo es trabajar con los entes gubernamentales?

Es bueno y delicado. Hay muchos políticos que no entiendo por no ser colombiano, por eso tengo a otras personas que trabajan en otras ONG que me pueden capacitar en ello. La Policía también tiene sus políticos; he visto que en Colombia no son perfectos, pero ninguna policía lo es. Yo los admiro mucho. Como ONG somos conscientes de que no somos policías. Para nosotros vale la pena trabajar con esas entidades porque la justicia sana. Hemos visto muchos cambios con esas niñas cuando ponen la denuncia y luego las llamamos a decirles que capturaron a su victimario.

Mucha gente piensa que los gringos que trabajan en esto son agentes encubiertos, pero ustedes lo que hacen es atender a las víctimas y apoyar económicamente a las autoridades cuando no tienen recursos o no llegan a tiempo.

Sabemos que la burocracia es horrible. Para una captura, la Policía puede solicitar plata para llenar el tanque de gasolina o viajar, pero estos permisos pueden demorar meses. Nosotros como fundación podemos financiarlo. Hubo un caso el año pasado de una mujer que estaba reclutando niñas en los colegios para estar con hombres de alto nivel en Medellín. La proxeneta se escondió en Cartagena y la Policía tenía que viajar para capturarla, pero la plata que estaban pidiendo se podía demorar un tiempo. Yo pude comprar los vuelos mientras caminaba con mi café por la mañana. También pasa con la Fiscalía. Una cosa que hacemos cuando ellos no tienen la capacidad, sobre todo en los casos de pornografía infantil, es que compramos los discos duros para guardar la información, así estamos facilitando el trabajo. No estamos malgastando la plata en agentes encubiertos, porque sabemos que lo que ve la víctima es real.

¿Es cierto que está metido 24/7 en el trabajo y contesta llamadas de las víctimas en la madrugada?

Antes sí era cierto. A mí me gusta mucho dormir por salud. Pero sí estoy muy disponible para el equipo y para las niñas. Ellas me han cambiado la vida y son las personas más valientes que conozco. Estamos pasando por una época interesante contra la explotación sexual en Medellín. Esta bomba que se ha estado cocinando por siete años ya está explotando. Siempre quiero estar disponible para ellas.

¿Cómo logra ganar su confianza?

Es una buena pregunta. Soy consciente de que soy gringo y hombre, ahí estoy mal de entrada. Aunque yo soy el fundador de la ONG, mi equipo es colombiano; la mesa de gobernación, también. Es importante que la vean como una ONG extranjera con sangre colombiana. En la primera reunión es muy importante que el equipo explique lo que ofrecemos y ofrezca una comida totalmente gratuita, porque ellas están acostumbradas a que nada es gratis en este mundo. Hay que ser muy respetuosos en cada momento, escucharlas y nunca hacerlas sentir culpables.

Libertas ha apoyado las investigaciones para capturar a 13 extranjeros por casos de explotación sexual de niños, niñas y adolescentes en Medellín. ¿Cuál de todos ha sido el más aberrante?

El caso de (Víctor) Galarza siempre será impactante, porque él publicaba todo. Hay niñas que aún están sufriendo siete años después. Hay una que me da mucha tristeza. Tuve una conversación durísima con ella, porque está ganando un montón de plata por OnlyFans y le pregunté por qué lo hacía. Me respondió que abrió la página porque Galarza puso sus videos íntimos en línea. Las personas la reconocieron y sus seguidores pasaron de 2.000 a 2 millones y todos le preguntaron por ese video, entonces ella decidió ganar plata con las personas que la estaban acosando. El hombre tiene 13 víctimas. El caso de Dominick Divincenzo, que acaba de pasar, también es muy malo. Sus víctimas son niñas chiquitas y pobres; él era muy arrogante, era un hombre que parecía que tenía un odio contra los colombianos y las mujeres. También está el caso de Michael Roberts; su víctima es una niña muy buena y está en la mesa de liderazgo. Está estudiando Trabajo social.

A ella la entrevisté el año pasado. ¿Ya está estudiando?

Sí, yo tengo ganas de entregarle la ONG a ella. Ella es la niña con el éxito completo, la que ha aprovechado los recursos, logró justicia y quiere trabajar por la ONG. Yo la quiero mucho. Si Libertas existe por 25 años y solo podemos salvar la vida de una niña como ella, valió la pena todo.

También hay casos como el de Abel Fernández, un ciudadano cubano estadounidense que habría abusado a 70 niños y niñas. A él lo capturaron en el 2021 en Sabaneta (Antioquia), luego quedó en libertad y el año pasado se suicidó en Miami...

Yo aprendí mucho de ese caso. Cuando Mervin Gallegos (hoy director de Justicia de Libertas) se retiró de la Policía, pidió que no se dejaran morir esos casos por vencimiento de términos. Es muy triste, aún estamos trabajando con esas niñas. La justicia que lograron es algo extraño; él quedó libre, a las niñas las entrevistaron otra vez y después él se quitó la vida. Algunas de las niñas se pusieron felices; otras estaban enojadas porque querían más justicia. El vencimiento de términos es algo que no podemos dejar pasar.

La víctima más pequeña que tienen es una niña de dos años que fue abusada por su madre, que le vendía pornografía a un policía de Nueva York que fue capturado recientemente, ¿no?

Cuando me llamaron de la Embajada americana para este caso, pensé que me habían dicho que si teníamos espacio para una mujer de 19 años. Dije que obvio, que era bienvenida, pero me contestaron que no había entendido bien, que tenía 19 meses. Recibimos a la niña y no nos quiso para nada. No nos miraba. No nos hablaba. La primera vez que la vimos sonreír fue cuando jugó con algo que le regalamos. Yo estaba feliz con la captura del policía. Ese tipo no tiene alma. Ver un video de la mamá violando a la niña no era suficiente para él, quería poner a una mascota a violarla. La mamá, que tiene una condena de 22 años, no quiso hacerlo.

El año pasado sucedió algo que lo marcó personalmente y fue acompañar a dos víctimas del estadounidense Herbert Fletcher a testificar en el juicio en Nueva York...

Nunca he visto una cosa de tanto valor en la vida. Herbert Fletcher les dañó la vida en su juventud, las violaba, las grababa, las publicaba, las trataba como si fueran objetos. Las niñas fueron marcadas por eso. Las dos tienen hijos, una se graduó de veterinaria y la otra hace uñas. Cuando llegó la invitación, las dos aceptaron. El tipo pagó fianza y podía caminar por la corte como él quería. La abogada dijo que ellas eran prostitutas y que engañaron a su cliente. Las niñas escucharon eso y cogieron rabia, las dos botaron el papel que tenían, se pararon, miraron frente a frente al tipo, a sus abogados, al juez y a toda la familia. Le dieron duro, le dijeron que era un pedófilo, un malparido, que dañó su juventud, que no eran prepagos, que vendían helado, que estaban en la escuela. El hecho de ver a esas mujeres en esa situación –yo no podía hacer nada, solo mirar, estaban solitas–, me llevó a pensar cuándo una persona es rescatada de verdad, y yo, mirando a esas dos mujeres, pensé que son rescatadas al quedar empoderadas y decir lo que piensan. Nunca había visto un hecho tan valiente. Fletcher dijo que cuando saliera de la cárcel volvería a Colombia para ser activista contra la trata. Las niñas le dijeron que era un pedófilo, que estaría registrado como depredador sexual por el resto de la vida y que nunca más volvería a Colombia. Yo había orado por 10 años a que llegara ese día. El juez estuvo 100 por ciento del lado de ellas.

Recientemente una víctima de su propio padre estuvo en un viaje por Estados Unidos con usted...

Su padre era americano, colombiano y venezolano; es un caso de grooming. Él comenzó cuando ella tenía 7 años y la abusó todos los días hasta los 12. La Policía de Estados Unidos pensó que era narcotraficante y cuando lo detuvieron en el aeropuerto de Miami le revisaron el celular y vieron que tenía pornografía. Me mandaron el caso y yo llamé a la mamá para preguntarle si podíamos apoyar a la niña, pero la Policía no le había avisado y yo la asusté. Después logramos algo para ganar su confianza. La Policía arrestó al papá y lo condenaron a 24 años. A la niña la invitaron a leer una carta que se volvió muy famosa en Miami, se llama ‘Monstruos como tú, papá’. La Policía la usa para entrenar a sus agentes nuevos. La niña quería conocer Wyoming, entonces aprovechamos la visa por un mes para subir montañas, conocer la nieve y conocer a mi familia.

¿Qué lectura hace de lo que está pasando hoy en Medellín?

Se siente un cambio cultural. Los casos que hemos trabajado, la bomba que se ha estado cocinando y la rabia contra los extranjeros y la explotación sexual nos van a dar buenos frutos. Ojalá que sigan protestando, que los Airbnb sean culpables si se están presentando abusos, que los americanos paguen por esto. Hemos estado esperando este momento por mucho tiempo. Ojalá que cuando Timothy Livingston sea capturado, no perdamos las ganas, porque él es uno, pero hay 20 más que aún estamos investigando. El turismo no es malo, Medellín merece recibir turistas buenos, porque se ha estado transformando por 40 años y deberían estar orgullosos de lo que han construido después del narcotráfico. Sabemos que no vamos a acabar con la trata, pero ojalá que los extranjeros se vayan para otro lugar. Muchas personas me preguntan qué piensan esos gringos, qué les pasa por la mente, y no lo puedo decir, de verdad. Ellos tienen un talento malo, son como lobos, que identifican a las niñas vulnerables y solo están esperando que muestren un poco de debilidad para engañarlas, atacarlas y violarlas. Muchos de los malos llegan a la ciudad porque las personas que ya están se comunican con los que van llegando. No es algo exclusivo, pero creo que Medellín se tomó su tiempo para cambiar. Las niñas han decidido que no quieren más esto, han hablado y han denunciado.

Sebastián Carvajal Bolívar

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